El
lunes empieza a terminar. El reloj señala las 18:15. Apagás la PC, agarrás la
campera, el morral y te vas.
Hace
unos cinco minutos que dejaste la oficina atrás. La ya anochecida calle Florida
se pierde entre cientos de almas que vienen y se van. Vienen y se van. Da la
sensación que nunca paran. Y vos seguís.
Llegás
a Av. Corrientes y buscás el subte. Bajando la escalera chocás de hombro con
uno que está más apurado que vos. El tipo frena dos escalones más allá. Vos
frenás dos más acá. Lo mirás y te devuelve una mirada desafiante. Vos seguís.
Oís un insulto que se aleja. Pero igual seguís.
Pasás
la SUBE y el molinete se destraba. La señora de al lado no logra hacer lo
mismo. Se quedó sin saldo. Esa puteada la escuchás no tan lejana.
Encarás
hacia la escalera mecánica. Recién mientras bajás te cae la ficha. Cuando
todavía faltan que se escondan los últimos dos escalones, ves ese cartel que
cruzás todos los días pero que hoy cobra otro sentido. Si seguís la flecha que
apunta hacia la izquierda, vas para Alem. Si te vas a la derecha, dice la otra
flecha, te vas a otro lado. Hacia Los Incas.
Hacia
ya vamos. Hacia Los Incas.
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